Era una tarde de esas apáticas en los que uno no sabe qué hacer, en qué entretenerse para pasar el tiempo y pensó, como otras tantas ocasiones, que la mejor alternativa era optar por acercarse al Centro Comercial. Allí el pasar del tiempo estaba asegurado, que no quiere decir que en la misma proporción la diversión lo estuviese.
Sólo el hecho de ver gente ya formaba parte del entretenimiento, analizar sus rostros, gente paseando de un lado a otro y siempre con alguna bolsa en la mano. Era el ineludible momento de una verdadera tarde de Centro Comercial, de las de “mientras voy y vengo me entretengo”.
La realidad es que no tenía ninguna necesidad vital de comprar nada, pero el sólo hecho de haber decidido ir era la mejor excusa para sin duda alguna gastar dinero, aunque fuera en algo absolutamente innecesario. Incluso en más de una ocasión el motivo de volver podía ser perfectamente devolver aquello que por puro aburrimiento había terminado comprando.
Y vuelta a empezar. El bucle de las compras una vez más cumplía perfectamente su misión.
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