Sin darnos cuenta, todo lo material que acumulamos a lo largo de
nuestra vida, “todo y, a veces demasiado”, se queda aparcado años y años hasta
que un día, por circunstancias, tenemos que reabrir ese cajón
que guarda fotos de cuando éramos más jóvenes; cuando llevábamos ese pelo que
hoy sorprendería en estilo y que nos hacen pensar ¡qué pinta tenía entonces!;
de aquellos pantalones de campana que siempre terminan volviendo, de aquel
trabajo manual que tu madre había guardado siempre con tanto cariño. Ahí el tiempo se detiene y recuerdas aquella instantánea que refleja, en ese trozo de papel, un pequeño momento
de ti. Vivencias que regresan fugaces para volver a dormitar.
Cosas en un cajón, que nos hacen detenernos y que sólo la memoria nos permitirá en un futuro seleccionarlas aleatoriamente
de forma caprichosa.
Pequeños momentos
que son agradables de recordar, y que a veces, incluso, nos llenan de dolor al hacerlo.
Cosas en un cajón, que algún día siempre terminamos abriendo, y que pueden hacer inesperadamente cambiar nuestro estado de
ánimo cuando en alguna ocasión desvelan momentos presentes que preferiríamos no
haber percibido.
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