Día tras día, al pasar por esa calle se daba cuenta que las luces inundaban todo con más fuerza.
No entendía muy bien si aquella tradición adquirida de otros países terminaría contagiando su morada porque aquello empezaba a convertirse en epidemia, y si nada lo remediaba, el virus correría con fuerza algunos números avanzando hacia su puerta.
Era algo a lo que empezaba a acostumbrarse. Contemplar ese espectáculo de luces en aquella época del año al menos demostraba que la gente aún tenía ganas de celebrar algo, unos con más acierto que otros, algunos con más o menos estilo.
Cierto es que muchos repetían la escena del año anterior, y otros incluso tenían el atrevimiento de superarse con nuevas luces intermitentes, de colores aún más llamativos, cuanto más llamasen la atención el objetivo parecía verse cumplido, al margen cómo no, de competir con el vecino de al lado.
Las farolas quedaban tristes con su luz medio anaranjada ante tal despliegue decorativo. Algunas aprovechaban para apagarse por unos días como si quisieran dejar el protagonismo a esa nueva costumbre de cada año para reinventar de nuevo aquellas luces en la fachada.
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